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Que no es verdad que no haya tiempo para cerrar los ojos y poder volar por otros cielos. Afortunadamente sé, que no es verdad que hayamos muerto abandonados a la cruda realidad de no querernos.

jueves, 20 de octubre de 2011

Gotas otoñales.

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Llueve y la gente corre en avalancha por las calles. Son como animales alterados buscando un poco de seguridad. Esa señora cincuentona que acaba de salir con un ego por los cielos de la
peluquería, maldice todo lo que se mueve. Ahora su marido ni siquiera se dará cuenta de los rizos tan perfectos por los que ha pagado 80 euros. Champiñones de colores se mueven a la velocidad de la luz por las estrechas calles, ni siquiera tienen en cuenta la de ojos que podrían sacar. Todos huyen, todo el mundo se refugia. Yo en cambio no. Dejo que el agua me resbale por la cara. Ando a la misma velocidad que siempre, incluso más lento. Disfruto de el repiqueteo del agua en los coches.No puedo evitar tararear en bajo aquella vieja canción que suena en mis auriculares. Respiro profundamente; huele a hierba mojada. Las calles están desiertas, y la noche va cayendo poco a poco. Las primeras farolas ya están encendidas dándole al suelo mojado un tono cobrizo. Camino sin rumbo, es como si las gotas de lluvia recogieran todos mis pensamientos y al estrellarse contra el suelo, estos se estrellaran con ellas. No queda ninguna preocupación, ningún tirón de pelos, nada... espera, no, ¿ dónde se esconden las mariposas cuando llueve...?